Amanecer en Santiago


Cuando desperté en la mañana (eran las 6:30) el sol ya brillaba en lo alto del cielo y su luz se filtraba por las persianas. Corrí las colchas hacia atrás con los pies, costumbre que me sigue desde niño. Me puse de pie, fui directo a la ventana y la abrí de par en par.El aire era calmo y tibio. Mis pulmones se llenaron de ese aire puro que solo se respira en la capital de mañana. Encendí la radio, la música era alegre, una tontera que me hizo reír “…aunque no lo creas esto suele ocurrir, mas a menudo de lo que piensas…” Tome una toalla y me metí a la ducha cantando. Mientras me enjabonaba solo podía pensar en el pegajoso ritmo de la canción. Me seque bailando y baje al balcón a tomarme el café mientras encendía mi primer cigarro.
Los niños iban a la escuela, los padres al trabajo. En el edificio que están construyendo en frente ya se veía el movimiento de los maestros que llegaban, piropeando a las chicas que pasaban por abajo y que por vergüenza apuraban el paso. De la panadería de la esquina subía hasta mi nariz el aroma del pan recién hecho mezclándose deliciosamente con el del café que me terminaba en esos momentos. Lave mis dientes, tome mi bolso y partí al trabajo, en el pasillo me cruce con las hijas de mi vecina que correteaban graciosamente, con la anciana del 5 piso y su perra faldera que traían las noticias entre manos y en la caseta, los porteros que se despedían entregando uno el turno al otro.
Salí del edificio, el sol casi me cegaba, pero entre las hojas de los árboles me daba un respiro. La sonrisa llenaba mi cara y la de los compartían conmigo esa maravillosa mañana. Santiago brillaba al sol y la vida brillaba para todos.

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