Malas nuevas, buenas conclusiones


Mi ultimo viaje a Coquimbo, hace unas semanas atrás, no fue todo lo agradable que yo esperaba, pues descubrí que mi papa tiene un principio de diabetes, mi abuela serios y crónicos problemas cardiacos y a mi tía se le declaro un cáncer (aun no sabemos en que etapa esta,) que arrastra de sabe Dios cuando, puede que ante esto reaccione a ojos externos con pesimismo, pero aunque no lo crean no es así, mas bien tengo la sensación que se tiene cuando te despiertas de una larga siesta y te lavas la cara con agua fría para luego mirarte en el espejo viendo como pequeñas gotitas se deslizan por tu rostro. En estos momentos tengo esa extraña y fría visión de claridad absoluta, objetiva y practica. Con las enfermedades ajenas, nada que hacer, solo puedo sentarme a observar por que la solución no esta en mis manos. A ese respecto, la enfermedad de mi abuela es la que mas me conmueve, mujer fuerte y cariñosa, que a sus ochenta años ya esta algo resignada a que su vida se escabulle, pero no por eso deja de sonreír cada día. Perderla es el dolor próximo más grande que hasta acá puedo imaginar, con ella no solo muere la abuela, también la amiga, la cómplice, muchas veces confidente, la consejera, la mejor contadora de historias que conozco y en muchas formas la madre y uno de los amores mas incondicionales que he sentido. No se mal entienda, no esta grave ni se va a morir mañana, es solo que nunca me había planteado ante esa posibilidad.
La enfermedad de mi padre es un descubrimiento, es verlo de pronto y notar que aquel roble que me mantuvo de pie con su firmeza, rudeza y un enorme cariño que no entendí hasta que yo mismo entre en años, tiene puntos de debilidad que yo no sospechaba que existieran, es notar de pronto las canas que empiezan a llenar su cabeza, la sonrisa tras el rostro severo y la ternura que solo se permite asomar tras unos vasos de vino. Es no verlo ya como el ídolo de mi infancia consentida por el, ni con celo mas tarde por jugar con mis vecinos mas que conmigo, ni con el recelo y hasta odio de mi adolescencia por las penas y malos ratos que mas de alguna vez nos hizo pasar a mis hermanos, a mi madre y a mi mismo. Es casi redescubrirlo y al mirar lo que ha andado desde que lo conozco, notar al eterno protector y sacrificado hombre que siempre ignore demasiado distraído por sus defectos, en los que me reconozco con mayor frecuencia cada vez.
Respecto a mi tía, que decir, era la taza de leche caliente y dulce con pan tostado con mantequilla, las risas, los juegos, los domingos de iglesia dominical y las caricias de manos calidas en la niñez, aunque desde hace años no la veía, pese a que fue muy cercana a mi y a mis hermanos, de mis primos, sus hijos he tenido noticias con mayor insistencia (tenemos casi la misma edad) y al verlos o imaginar su sufrimiento no puedo, por un lado, dejar de imaginarme yo en la situación de ellos y por el otro, darme cuenta que la vida, después de este verano, ya nunca será igual para ninguno de nuestra familia.

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