Tarde de cine francés.



Luego de una semana de ir y venir, de correr y sudar, de dormir poco y mal, con una sensación de cansancio y de tarea cumplida, después de invitar a almorzar a mis cajeros como agradecimiento por los meses trabajados y en recompensa a su honradez y buena voluntad, sin las cuales seguramente habría claudicado de esta, mi nueva labor. Salí del metro Santa Lucia y los vendedores de películas desplegaron a mi vista su cargamento de historias.
Me sumergí en búsqueda y encontré un pequeño caudal, entre ellas una vieja película que me fascinaba y perdí (no deja de ser curioso como la vida pone en tus narices, sin aviso, lo que ambicionas).
Llegue a mi casa, me desnude, tirando la ropa por el suelo con despreocupación. Aprovechando la soledad, fui al refrigerador y me refresque a su luz mientras me servia un trago.
La ventana abierta, las cortinas también y la fresca brisa fresca del atardecer inundándolo todo.
Yo en mi cama, un vodka tónica en una mano, un cigarrillo en la otra, el humo que escapa de mi boca y ante mis ojos se entremezcla con las imágenes del televisor. En la pantalla los cuadros se suceden y me transportan.
“Coco antes de Chanel” y “Hace mucho que te quiero”, así fue mi tarde de cine francés.

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