El embarazo de Pamela


Es sábado en la mañana, mientras seguía corriendo de un lado a otro, en el apuro de la jornada, recibí un mensaje a mi celular de Pamela, en el me decía, corto y preciso, que iba a ser tío, que estaba en casa de sus padres y que no la llamara. Ya lo haría ella mas tarde.
Pamela tiene, creo, 33 años. Lo lógico y esperable a esa edad, es que las mujeres echen raíces, se vuelvan esposas y madres y “hagan su vida”.
Mucho he criticado a mi amiga yo por eso de vivir aun en una pensión, teniendo novio y trabajo, mucho la he instado a madurar y crecer. También, bien sabia yo de la fortaleza de su relación y de su decisión de tener un hijo (mas adelante) con o sin hombre al lado, sin embargo la noticia no pudo alegrarme, no por que ella no este lista o no vaya a ser feliz desarrollando el rol de madre, sino por el mas duro egoísmo, mi egoismo.
Pamela es desde hace mas de 15 años una constante en mi vida, hemos sido fuerza y apoyo el uno para el otro desde que nos conocemos. Si alguien me ve llorar a mí, que me jacto de jamás hacerlo en público, es ella. ¿Cuántas veces pose mi cabeza sobre sus piernas, mientras ella me acariciaba el pelo y me decía “Corazón, tranquilo, esto va a pasar”?
Durante años, aunque a la distancia siempre estuvimos juntos, en mis años de bonanza, hacíamos correr el licor y brindábamos levantando las copas, en las apreturas, tostábamos pan con mantequilla y lo acompañábamos con una taza de te caliente.
Yo en muchas formas y aspectos colabore en su formación y la hice lo que es ella ahora y también yo hoy no seria lo que soy si no la hubiera tenido a mi lado defendiéndome públicamente a brazo partido, aun cuando supiera que el equivocado era yo, para corregirme luego solo en privado. Ella fue mi fuerza cuando yo no la tenía, la compañía cuando estaba solo y sobre todo, a lo largo del tiempo, el pilar en el que me apoye.
He pasado por esto tantas veces, la amiga adorada que me roba el novio, el marido o el hijo, esa amiga trasplantada de mi realidad a la suya, esa amiga a la que pierdo.
Han sido ya tantas que no me duele recordar, yo he madurado con los años y las correrías de esas amigas de liceo o universidad ya no parecen tan importantes, pero ahora es distinto.
Se que la pierdo, se que la perderé, y se que pese al cariño mutuo, al final, nada mas que cariño y recuerdos quedaran de nuestro bagaje juntos.
¿Qué hacer? Solo se puede hacer lo correcto creo. Estar ahí, apoyándola como siempre, hasta que los vientos tempestuosos en su casa se calmen, hasta que todos se encariñen con esa cría que quizás ni alcance a conocer, y luego, cuando las cosas marchen bien, diluirme, como tantas veces antes en la sombra del pórtico.
Ver desde la vereda del frente como Pamela gana un hijo, su familia un nieto, un sobrino y algún amigo a un ahijado, mientras yo, una vez mas, pierdo a una amiga.
Los ciclos y vueltas de la vida supongo, los ciclos y vueltas que me dejan fuera en mi maricona realidad del “gay asumido” y por tanto, del gay que no tiene opción de tomar a un niño en sus brazos y decir: “el es mío”.

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