Consuelo.

Hace algunos años, a raíz tal vez de mi despego, de mi incapacidad de sentir, de esa sensación de “Nadie puede acercarse a mi lo suficiente” (ya fuera por falta de interés o por que yo no lo permitía) y, como no, de mi egoísmo; luego de leer algún texto que hablaba de los karmas, reencarnaciones y fines últimos en la vida, decidí que mi misión en esta vida, (según el escrito uno solo aprende una o dos cosas por cada vida y si no aprendes la lección, la repites en la siguiente,) era aprender a amar sin esperar nada a cambio. No, no voy a decir que lo logre, no podría estar más alejado de la meta, aunque a lo largo de los años, he logrado alguno que otro acercamiento a ella, como sea, el caso es que hace unos días me di cuenta que mi fin en la vida podría ir por otro lado, aunque siempre relacionado a ello.
Desde niño siempre lo supe, siempre sentí que tenia un “don” una cierta manera de mover los hilos, de convencer, de seducir o manipular, de hacer creer a las personas que mis ideas eras suyas y así, que terminaran por hacer lo que a mi mas me convenía. Era la única forma que encontré de contrarrestar a mi hermano, que con su belleza y simpatía (era un mocoso excepcional) lograba conseguir lo que yo, siendo un niño arisco, no podía hacerme por los mismos medios.
Al ir creciendo me fui haciendo mas consiente de aquello y como buen admirador de los personajes de historietas como “La Liga de la Justicia” y “Superman”, decidí “usar mi poder para el bien”, dedicándome a corregir injusticias y a premiar buenas obras, logrando de paso, eventualmente algún beneficio.
Los años y las experiencias me fueron haciendo duro, así aprendí a fingir a cambio de conseguir mis fines, con planes detallados ideaba ajusticiamientos y venganzas, que generalmente dejaba a medias, un poco por pereza e inconstancia (la venganza precisa de muchísimo esfuerzo) y otro poco por conciencia (en el fondo siempre he sido un chico bueno).
La vida siguio su curso, y siendo amigo aprendí a escuchar, me di cuenta de que a veces no es necesario encontrar solución al problema o dar un consejo, que dicho sea de paso siempre es mas fácil de entregar que de seguir, por que a veces prestar oreja y dar una palabra de apoyo basta.
Tiempo después, con los primeros acercamientos a la vida de pareja, cobré razón de un nuevo ingrediente; mi carácter, aunque voluble, tenía un rasgo positivo: si me daban cariño yo entregaba a cambio incondicionalidad. De mas esta decir que cuando me hacían enojar, cosa nada difícil, todos mis buenos modos se iban al carajo, convirtiendo mi lengua en filosa daga, pero así y todo, era el furibundo mas incondicional del mundo.
Aprendí viviendo en pareja la fuerza de un abrazo, el poder de algo tan simple como poner la cabeza de quien quieres en tu regazo y acariciar sus cabellos repitiendo el conjuro:”tranquilo, tranquilo, todo va a pasar”.
Aprendí también que tal vez aprender a amar sin esperar nada a cambio es importante, pero no lo es menos dar consuelo y que si a mi vida he de buscarle un fin: ¿Qué fin podría ser mejor que ese? Y es que ahora tal vez este solo, pero siempre hay alguien que necesita apoyo, que necesita ayuda o una palabra de aliento, que sabe sacar fortaleza cuando me cree débil o que en su debilidad me obliga a ser fuerte y sostenerlo, por ello me propongo no olvidar este nuevo compromiso hecho conmigo mismo y con la vida, contar hasta diez antes de criticar o decir “te lo dije” y recordar que mi aporte para mejorar las cosas será repetir cuantas veces sea necesario mi conjuro: “tranquilo, tranquilo, todo va a pasar”.



04 de julio de 2010
NOTA DEL ESCRITOR: Pese a mis buenas intenciones, hasta la fecha, no logro convertirme en la buena persona que quisiera ser, por lo que el cometido y la meta planteadas en el texto anterior, no han logrado materializarse en su totalidad. Sigo sembrando más desilusiones e incertidumbres que consuelos…

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