Compras

No soy muy asiduo a las compras, nunca lo he sido en realidad, no voy a malls, no visito grandes tiendas de departamentos, mucho menos las de exclusividades y me da flojera hasta ir al supermercado. No vitrineo, no comparo ni retengo precios, pero una vez que empiezo, difícilmente me puedo detener y termino gastando lo que no tengo en pequeños gustos que sumados, horadan mi presupuesto como lo haría una enfermedad o un accidente, para los que, de mas esta decirlo, nunca estoy bien preparado.
Hoy fue un ejemplo perfecto de ello, después del trabajo me baje en el centro, pues necesitaba lo mas básico que alguien con cero pretensión puede necesitar: Desodorante, maquinas de afeitar y jabón. Los compre y como ya estaba en el centro pase por una vieja disqueria.
Quería preguntar por un cassette (si, un cassette, por que se grabo muchos años antes de que existieran los CD y nunca se edito como tal), y la dependiente me dijo que ellos no lo tenían pero que conocía un señor que podía tenerlo a la venta, ya que era dueño de un negocio especializado en música antigua, discos y cassettes.
Como sea, la conversación me recordó que la misma autora había escrito un libro, así que fui al final de Huérfanos, al sector de las librerías, a ver si en algún lado lo podía hallar.
El libro en cuestión fue editado en 1989, por lo que, en la ultima librería que visite, tuvieron la bondad de informarme que se encontraba descontinuado y que solo podría encontrarlo, si es que lo hacia, en un lugar como la feria de libros usados de San Diego y yo, bajo la llovizna suave, raje por Huérfanos y luego por Ahumada con dirección a ese lugar y de tanto buscar el libro que buscaba termine encontrando otro cuya búsqueda ya había abandonado hace semanas de tanto no encontrarlo y cuando ya me había rendido, casi como por milagro, en el millonésimo puesto al que entraba, lo encontré por fin: “Memorias para olvidar”.
Al fin, volvía a casa con dos libros en lugar de uno, pero como de camino empezó a llover mas fuerte, termine capeando la lluvia en una de esas tantas bodegas de San Diego en la que acabe comprando cuanta cosa no necesito y gastando lo que no tengo (Gracias Dios por Dicom y el corte de mis tarjetas), volviendo a casa entre otras cosas con jabón, maquinas de afeitar, desodorante, chancaca y canela, para aprovechar la lluvia y preparar sopaipillas pasadas, ropa interior bonita que nunca esta de más “por si te atropellan” dice mi mamá, unas sandalias de cuerpo para el verano (les comente que llovía), unos mocasines blancos y dos libros.
Ahora solo queda esperar que el mes se pase volando y que no surjan imprevistos, aunque ya me vislumbro en un 18 de ley seca y austera cena mientras todos celebran a más no poder haciendo correr el licor por las calles como agua.
¿Lo bueno? Fiestas patrias son solo dos días, pero la ropa nueva dura toda una temporada (en mi caso, años en realidad) y los libros… los libros son para siempre.

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