La Maldición de Pamela:


A Pamela la conocí hace mas de 12 años, cuando a la salida de los primeros días de clase en la U.D.A. Ingrid se enfrascaba en una calurosa discusión con una robusta y morena rancagüina que yo no conocía, pero a la que me acerque, ante lo tenso de la situación, haciendo gala de todo mi encanto y humor para calmar los ánimos, con el único fin de librar a Ingrid de un manotazo que fácilmente lo hubiese dejado K.O. Como el camino al centro era largo, no tuve más remedio que hacerme acompañar de ella y de su conversación el resto de la ruta, en la que poco a poco se fue despojando de su agresividad para volverse hasta divertida. Al fin, el trayecto se me hizo tan grato que comenzamos a repetirlo día con día y, por obra y gracia de ello, a conocernos mejor…
Cuando mis conocidos ven a Pamela a mi lado, en los diferentes círculos que yo frecuento, miran extrañados por que la divisan fuera de contexto –estoy seguro que yo causo la misma impresión en los ambientes que son propios de ella-, ante esa reacción casi general, entro yo y la presento: “Ella es Pamela, una amiga de Copiapó”; esa explicación parece ser suficiente, entonces la saludan, traban cordialmente conversación con ella y generalmente así se va la noche, con una agradable, calida e intrascendente conversación, que seguramente no tendrá muchos alcances ni será muy recordada, pero que tampoco incomoda. El asunto es que nadie puede ver a simple vista, en esa muchacha algo tosca, algo rebuscada, algo provinciana, algo vergonzosa y algo exagerada a ese pilar que por tantos y tantos años me sostuvo. Y es que Pamela no es solo la partner del carrete universitario o la compañera de brujerías de aquellos años en la UDA, no es solo la que tantas veces sostuvo mi cabeza mientras yo lloraba en sus piernas, no es solo la que compartía el ultimo pan que le quedaba conmigo, ni mi mejor experimento de socialización. Esa mujer es mucho mas que eso, es para mi la fuerza que me falta, la fe que yo no tengo, el sacrificio al borde de la estupidez y todas esas cosas maravillosas que admiro de ella y que el resto de la gente no acierta a ver por no dedicar un minuto a ahondar mas allá de esa ruda apariencia.
La Pame es generalmente incomprendida o mal interpretada, por que la gente confunde su humildad con falta de carácter y su perseverancia y fe con soberbia y tozudez. Incluso hay quienes dicen que la Pamela tiene una maldición, por que “a quien se le acerca la Pamela termina todo cagado”, pero habemos unos pocos privilegiados que sabemos la verdad de esa maldición, que de maldición no tiene nada, por que la Pamela me ha demostrado durante años que cuando Dios te cierra una puerta en algún lugar te abre una ventana. No niego que he pasado rabias y vergüenzas de antología por culpa de esa yegua, como la vez que teniendo 18 años y con mis abuelos de visita en Copiapó se me ocurrió invitarla a tomar onces con ellos al “Babaria” y ella, en agradecimiento, no encontró nada mejor que detallar con pelos y señales cada una de nuestras noches de juerga de la semana mechona que recién terminaba, o cuando me fue a visitar a Coquimbo, años después, con su pololo, con el que yo no congenio y que mi familia no conocía hasta allí, y se lo dejo instalado a mi mama toda la tarde en el dormitorio de mi hermano viendo tele, mientras ella se iba de paseo con mi hermana y yo trabajaba, por que muy buena será la pobre, pero es humana y es esa cualidad precisamente la que me ha mantenido ligado a ella a través de tanto tiempo, de tantas risas, de tantas peleas, de tanto llanto y de tantas conversaciones; su humanidad, su lealtad, su capacidad de morderse la lengua y tragarse todos sus “te lo dije” para abrazarte diciéndote que todo va a salir bien, su forma de reconocer sus errores y de hacer lo humanamente posible por enmendarlos, su desinterés y su generosidad.
La Pame en mi vida no es tal vez una “influencia notable”, y nunca ha sido su anhelo llegar a serlo, por que su rol es otro, es ser una “presencia constante”, es ser la que esta ahí, la que apoya, la que cuida, la que limpia las heridas, cambia los vendajes y que cuando nos ve caminando firmes nuevamente, da un paso hacia las sombras, para, cuando sea necesario, volver a reaparecer. La Pame es el otoño, es un enigma, un rompecabezas, una mujer oscura de sentimientos claros, pero mas importante que todo eso, la Pame es mi amiga, y con eso a mi me basta.

Comentarios

GirlFromSantiago ha dicho que…
Me sacaste los pies, pero está todo bien...
mauro ha dicho que…
felizcumpleaños

Entradas populares de este blog

La Blanca Navidad llega…

Berta

“Orgasmo” o “Fragmento de una conversación picara”