“Cocinar” o “Solo la olla conoce los hervores de sus caldos”

No se si tenga que ver, pero honestamente, no se a que mas atribuírselo, y es que al parecer mi separación de Luis no solo me afecto en lo obvio y general que seria esperable que me afectara, o que afectara a cualquiera en mi situación un transito como este, después de todo, un año y medio de compartir tu vida con alguien no se olvidan así como así, y en mi afán de hacerme el duro y de bloquear sentimientos y sensiblerías inútiles a estas alturas, no vale de nada llorar sobre la leche derramada, una de mis actividades favoritas se ha visto afectada y como consecuencia de ello ya no puedo cocinar, por que o la comida me queda cruda, o recocida o lo que es peor, incomible por exceso de sal, (ya han sido varias las veces que he tenido que tirar el plato a la basura luego del primer bocado,) lo que me ha obligado no solo a comprar comida preparada, sino también y por ello mismo, a estrujar mis arcas en pos de una, no se si “buena” sea la palabra adecuada, alimentación.
Extraño hacer dulces y cenas y guardarlas en el refrigerador sin importar si no las come nadie nunca, por que el placer que me produce cocinar no esta solamente en quien come lo que preparo, en el resultado, en lo delicioso del platillo, en la presentación final del plato, en la mezcla de olores, sabores y texturas, ni en el reconocimiento ultimo, aunque claramente todo lo anterior forma parte de su condimento.
Mi gusto por la cocina, por cocinar, esta en la preparación, en hacerme amo y señor de ese espacio oloroso y calido, en revolver ollas y sartenes a mi antojo, en las fragancias a canela, vainilla y nuez que perfuman el aire cuando preparo biscochos, en los sabores de los caldos que se cuecen en las cacerolas rebosantes, en los colores de las verduras que saltan y se mezclan ante mis ojos cuando bailan al son de la mantequilla y en la consistencia de la carne mechada que me hecho a la boca con disimulo, probándola de pie y tenedor en mano antes que el resto de los comensales que me esperan con la mesa puesta.
La cocina es mi mundo, es donde mi abuela y yo nos reíamos de los demás cuando era niño, donde descubrí esa curiosidad por la vida y esa sensación de que el mundo esta bien si puedo abrazarme a ese delantal manchado que atesora todos los sabores del mundo en cada retaso de tela que se unió hasta conformarlo.
En mi abuela y su cocina se entremezclaban los aromas de mi infancia, ese olor a enzapallado, charquicán, pantruca, cazuela, o albóndiga, a llanto de niño mañoso, a harina, a uslero y a animalitos de masa negra, gracias a mis manos sucias.
La cocina me retrae y en la calidez que desprende su horno se vuelve insignificante el más grande de los problemas, por que todo lo absorben las texturas, colores, olores y sabores de los ingredientes que se deslizan por mis manos buscando forma y fin.
La cocina es también mi papá y su sazón tan sabio, sus charlas superfluas mientras cocinaba siempre dando la espalda a las metiches amigas de mi mama que solían autoinvitarse a almorzar, tratando una y otra vez, sin conseguirlo, de descubrir los secretos de cocina de "Marquito" que nunca se los daba y que les embobinaba la perdiz con excusas tontas, que las viejas se tragaban junto a los alimentos, sin descubrir jamás que el único secreto para cocinar de mi papá eran el cariño, dedicación e imaginación que ponía en cada plato, por que mi papá, hombre rustico y tosco, puede no saber de muchas de las cosas que aparecen en los libros que suelen empolvarse en las añejas bibliotecas normalistas que jamás visito, pero desborda sabiduría cuando se trata de disfrutar con cosas tan simples como el saborear un bocado que se disuelve al contacto de la boca, fiel a su filosofía de “guatita llena, corazón contento”, por que tal vez muchas veces no estuvo presente, tal vez muchas veces fue distante, varias veces me falto su abrazo y tantas otras no me entendió. Quizás fue la mano dura, la indiferencia cruel, pero fuera como fuera, nunca falto a su cita dominical con la cocina en mis coquimbanos años infantiles, ni nos dejo con un plato vacío a la hora en que el hambre apretaba, incluso a veces, en los años estrechos de las vacas flacas, a costa de dejar sin saciar su propio estomago.
Hoy sin embargo no encuentro mucho sentido a cocinar, ni a poner la mesa para sentarme solo mirando fijo la pared. “Pa que te enojai con las tripas niño leso” diría mi abuela acercándome nuevamente el plato a la cara, pero yo, en mi soledad, prefiero saltarme el ritual de llevarme con desgano la cuchara a la boca, mientras mi cabeza ociosa repasa los “pudo ser” que ya no serán. ¿Evasión?, puede ser, pero ¿quien será capaz de juzgarme o arrojarme la primera piedra?, después de todo, y citando otra vez a mi abuela: “el cucharón nomás conoce el fondo de la olla”

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
que tengas una buena tarde
Anónimo ha dicho que…
ya yyyy??????
vienes de otro viaje a tu familia y no cuentas nada?????

Yo era fan de tu blog pero ahora no pasa nada .
Anónimo ha dicho que…
buuu , pensé que hoy podría haber más texto y sigue sin nada

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