De la despedida y la dignidad.

Mi dignidad esta tan manoseada que se siente indigna, y es que es difícil mantener la frente en alto, la espalda recta y la vista al frente cuando todo a tú alrededor se viene abajo como castillo de naipes.
¿Como mantener la dignidad si las circunstancias, la vista de los otros, yo mismo y mis propios actos la desvirtúan alejándome de ese ideal inalcanzable, tan tatuado en la mente y conciencia de cada uno por las normas de buena crianza, pero que sin embargo sigue siendo tan difícil de definir?
Aparentemente uno lleva la dignidad como corona de oro sobre la frente y no somos nosotros los índigos, sino los actos indecorosos que realizamos cuando caemos presa de nuestros propios apetitos tantas veces reprimidos.
¿Qué? ¿Qué es indigno entregarse a los placeres del cuerpo y revolcarse en el fango un rato? Pues yo que he estado con el barro hasta el cuello y que he tocado fondo mas de una vez te aseguro que a veces es solo tocando fondo que se aprende que mas abajo no se puede caer y que el camino que se viene, es hacia las alturas, y por ello también, en la mayoría de los casos, cuesta arriba.
¿Que he cometido actos indignos? Lo se, y es después de ellos que me embarga el arrepentimiento y mi boca se llena de “lo sientos” que en nada resarcen del daño causado; pero de ahí a decir que mis errores me hacen vil, aunque mis actos en si lo fueran, sobretodo sacados de contexto y vistos uno sobre otros sin el marco de la situación, es tan cruel e indigno como mis arranques, o incluso más tomando en cuenta que tu piensas tus palabras antes de soltarlas al aire, mientras que las mías fueron fruto del momento, de la ira, del olvido y de la decepción.
Mis desacatos y mis salidas de madre no me hacen una mala persona, solo me hacen persona, humano, rebelde o reaccionario. Si en el camino a mi liberación te hice daño o te herí, disculpa, pero varias veces te había pedido que me abrieras la puerta y me dejaras salir o que te encerraras conmigo y viéramos pasar el tiempo juntos por la ventana, pero tu preferiste salir al jardín a tomar aire y vivir, mientras yo me encerraba en mi cárcel viéndote bailar al viento.
Lamento haber abierto la puerta a patadas, lamento haber roto las ventanas y haber escapado volando por ellas mientras los vidrios rotos cortaban tu baile del embudo, en que, como no, la parte ancha era para ti.
Que fuiste bueno, no lo dudo, lo aseguro, pero también un poco egoísta y bastante malcriado.
Esta es la despedida, mi despedida, mi canto y grito de liberación corriendo calle abajo mientras tu que te quedas, debes darte a las ingrata tarea de recoger los trozos y rehacer tu vida, pero seamos honestos, bastante tiempo yo postergue la mía en pos de la nuestra que en realidad solo era la tuya.
Entiendo tu dolor, tu ira, tu odio, lo entiendo y te mando un beso por cada uno de los guijarros que me lanzas para herirme, por que muchas veces tú me heriste igual y yo te odie y hoy lamento saber como te sientes, por que yo mismo me sentí así.
Aunque ahora no te interese, que seas feliz, que tu vida sea plena y que el odio se disipe en una indiferencia que me va a doler a mi.
Que la vida nos reencuentre algún día en paz y que mis golpes no te duelan tanto y que yo haya perdonado tu abandono.
Una cosa si me deja tranquilo, una cosa que tu con el tiempo entenderás, nuestros caminos eran distintos y aunque nos quisimos, nos amamos y nos enamoramos como nunca creímos, estaba escrito que algún día, mas temprano que tarde, nos íbamos a separar.
Lamento haber perdido el control aquella noche, lamento la forma en que termino todo, pero como ya te lo dije, el que terminara es cosa de dos.
Que tengas una vida feliz, te la mereces, y yo también, trata de recordar eso cuando recuerdes con odio el fin, después de todo, yo ya no era feliz.
Buenos deseos para ti y para los tuyos por siempre, desde ese rincón de mi alma que se robo un poco de ti y que nunca va a dejar de amarte.