Ajedrez


¿Aburrido? Esa no es la palabra. ¿Encabritado? Un poco. ¿Decepcionado? Bastante.
No deja de sorprenderme la volatilidad de la gente. Esa forma de llevar siempre las peores emociones a flor de piel. De desparramar mierda salpicando hacia todos lados sin tomarse ni siquiera la molestia de preguntar los motivos de las cosas. Con que holgura se desentienden de las consecuencias de sus derroches y transforman a los más indefensos en carne de cañón. Concientes de que el hilo se corta por lo mas delgado, no trepidan ni un segundo en afilar las tijeras de los mas fuertes, de los que toman las decisiones, incluso a riesgo de exponer la cabeza de los débiles.
La que te sonríe en el comedor te apuñala por la espalda, te expone a ti o a tus protegidos, a los que dependen de ti y uno, vuelto el jamón del sándwich de una lucha de poderes termina llevándose los malos ratos, sorprendidos de la calaña de algunos que parecían tan de fiar.
¿Abuso de poder…? ¿Que poder? Más bien utilización antojadiza del poder de otros y con las peores motivaciones. Peones que mueven piezas de mayor valía con el fin de tambalear el tablero y derribar al contrincante con malas obras.
Ni siquiera clamo justicia, ni pido lealtad a los desleales, pero tomo conciencia de aquello de: “De las aguas calmas líbrame Señor…” y noto, que entre las “aguas calmas” y las “aguas muertas” que aparecen en las orillas del mar, en realidad es mínima la diferencia.

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